Hijos de Dios.
A todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios. Juan 1:12. MGD 53.1
Cuando el pecado de Adán
hundió a la raza en la miseria y la desesperación, Dios podría haberse separado
de los caídos pecadores. Podría haber enviado a sus ángeles para que derramaran
sobre nuestro mundo las copas de su ira. Podría haber hecho desaparecer esta
oscura mancha del universo. Pero no lo hizo. En lugar de echarlos de su
presencia, se acercó más a la raza caída. Dio a su Hijo para que llegara a ser
hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne. “Y aquel Verbo fue hecho carne,
y habitó entre nosotros... lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14. Cristo,
mediante su relación con los seres humanos, puso al hombre más cerca de Dios
todavía. Revistió su naturaleza divina con el manto de la humanidad, y demostró
ante el universo celestial, ante los mundos no caídos, cuánto ama Dios a los
hijos de los hombres. MGD 53.2
El don de Dios en favor
del hombre excede a todo cálculo. Nada se escatimó. Dios no podía permitir que
se dijera que podía haber hecho algo más, que podía revelar a la humanidad un
amor mayor. En el don de Cristo, dio todo el cielo.—Hijos e Hijas de Dios, 13.
MGD 53.3
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